Libertad en el cristianismo

Libertad en el cristianismo

Estimada comunidad universitaria, en esta ocasión me dirijo a ustedes compartiendo unas breves reflexiones que tocan la pregunta por la libertad en el contexto del discernimiento. ¿Cómo se relaciona la libertad humana con la “voluntad divina”? ¿Se puede vivir libre ante Dios? Dichas preguntas implican una serie de factores a tener presentes. Primero, la relación existente entre la persona y Dios. Segundo, la libertad humana y la voluntad divina. Tercero, la imagen que tenemos sobre nosotros mismos como humanidad, y la de Dios como posible fundamento de ésta. Digamos una palabra a propósito de estas tres cuestiones, no con el fin de dar respuesta a las anteriores preguntas (muy probablemente, nuestras respuestas quedarán como esbozo o atisbo frente al misterio humano y divino que nos trasciende), sino para posibilitar, en la medida de lo posible, un mejor acercamiento introductorio a la temática que aquí nos ocupa: Libertad en el cristianismo.

La persona y Dios. Se trata no de la adición o suma de dos elementos (la realidad humana y la realidad divina), como algo que está separado y que en algún momento por determinadas circunstancias se unen. Sino de una experiencia que envuelve constitutivamente el problema del sentido de la vida humana referido a “algo mayor” que la fundamenta y trasciende, que le abre posibilidades de realización. Por lo tanto, el tema de la libertad, no aparece representado como dos voluntades que en algún momento dado pueden llegar a empatarse en sus proyectos; o bien, pueden enfrentarse, pues difieren radicalmente en sus “deseos”. Lo anterior no niega que el hombre y la mujer puedan vivir una lucha interna protagonizada por movimientos o impulsos espirituales que se contraponen. De hecho, el discernimiento consistirá en descubrir la acción del Espíritu que invita a la construcción de un mundo más humano. Sin embargo,  lo que en el fondo estamos tratando de decir es que desde la experiencia del Dios revelado en la tradición judeo-cristiana, lo que acontece en el corazón humano es una aspiración a su realización -como individuo y como comunidad- que es secundada, impulsada y posibilitada por lo que en la fe reconocemos como “voluntad de Dios”; por tanto, no hay una imposición de Dios a la persona, sino que en los anhelos más profundos de la humanidad allí está Él; tampoco es lo contrario, hacer de Dios figura de los intereses de las personas. Probablemente, de lo que aquí se trata es de un constitutivo que experimentamos en el ejercicio de la realización de la propia vida.

La libertad humana y la voluntad divina.  En palabras de San Ireneo “la gloria de Dios es que el hombre viva”. En términos del teólogo Schillebeeckx “la causa de Dios es la causa del hombre”. Es decir, la “voluntad de Dios” para los seres humanos es la realización de éstos, su plenitud. Desde luego que cada persona, a través del discernimiento, ha de encontrar los concretos de ese proyecto en su propia vida. El “sueño de Dios” para los hombres y mujeres es la experiencia de vivir en el amor desde la libertad. Sin embargo, la paradoja está en que la aspiración más deseada (la libertad) es al mismo tiempo el terror más profundo, lo más temido, pues no resulta fácil enfrentarse consigo mismo -con las ataduras, apegos, “seguridades”, etc.-, pues implica indagar en la soledad más profunda y radical de la persona sobre el posible sentido del ser humano. Por otra parte, al hablar de la “voluntad de Dios” como liberación de toda situación que imposibilita la realización humana, es importante señalar que el centro de donde dimana todo este proceso es la experiencia del Amor. De tal manera que la “ley religiosa” quedará supeditada al cumplimiento en plenitud del amor a sí mismo y al prójimo (Mt 7, 12), pues Dios es amor, y el que no ama no conoce a Dios (1 Jn 4, 8).

Imagen de Dios y de nosotros mismos. Hay que tener presente este tercer elemento, ya que éste opera de manera fundamental en la repuesta que demos a la pregunta sobre la libertad que pueden tener los seres humanos frente a Dios. La gran imagen del Dios amante de la libertad la ha revelado Jesús, su vida deconstruye las pseudo-representaciones de los ídolos que hemos construido (dioses castigadores, represores, magos, etc.). El Dios de Jesús nos posibilita para comprendernos positivamente, como creación del absolutamente bueno, de la bondad infinita, del Amor incondicional.

Mtro. Luis Alfonso González Valencia S.J.

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