¡Felices Pascuas de Resurrección!

¡Felices Pascuas de Resurrección!

Estimada comunidad universitaria, Felices Pascuas, que este tiempo de gracia renueve nuestra esperanza para seguir abriendo posibilidades de relación y comunión en la construcción de un mundo más humano. En esta ocasión comparto con ustedes algunas reflexiones que previamente he socializado en otros espacios, sobre lo que implica la experiencia del Crucificado-Resucitado, a la luz de lo que he denominado la locura de la cruz.

Pocos como Erasmo de Rotterdam han enaltecido o ponderado la “locura de la cruz”. Entre esas escasas voces, que sin duda son un preclaro antecedente del humanista holandés, situamos la figura de San Pablo, gran difusor del cristianismo, quien a propósito de locuras llegó a decir que el mensaje de Cristo crucificado “es escándalo para los judíos y locura para los paganos”, al mismo tiempo que se revela la “fuerza y sabiduría de Dios”, fuerza en lo que parece debilidad, sabiduría en lo que para los hombres es locura. Cómo podemos interpretar estas palabras a la luz de la obra Elogio de la locura, pero sobre todo desde la experiencia de las víctimas de la historia, concretamente en este México en donde impera la violencia, las desapariciones forzadas; múltiples lugares cooptados por el crimen organizado, quien termina sustituyendo, de manera peculiar, funciones del Estado como la impartición de justicia.

La Stultitiae de la que habla Erasmo, palabra latina que ha sido traducida por “locura” en lengua hispana, es ambigua. Por un lado revela que este mundo está dominado por locos en el sentido que tenía para los griegos la locura como moría (Μωρία): la idiotez, la tontería, la estupidez, la necedad, etc. Mientras que en el mismo horizonte griego la locura como manía (Μανία) tiene que ver con el delirio, el entusiasmo, el éxtasis, el ser poseído por la divinidad. La ambigüedad del uso que hace Erasmo de la Stultitiae está en que al hablar de la locura como moría desmonta todo un sistema de aquellos que creyéndose “sabios” o “poderosos” viven de acuerdo al engaño y la adulación; ahora bien, valora la locura cuando aparece como manía, es decir como inspiración capaz de creación, propia de los espíritus libres. En este sentido es importante que el lector de Elogio de la locura sea cauteloso y atento, para que pueda discernir al crítico de Erasmo que denuncia la corrupción de la sociedad de su tiempo (s. XVI), al mismo tiempo que propone el renacimiento o irrupción de un nuevo mundo.

La “locura de la cruz” es tal porque a todas luces expresa el fracaso de un hombre que fue fiel a sí mismo y al proyecto de su Padre (abbá). En palabras de S. Pablo es “escándalo” y “locura”, pues los criterios o lógicas con los que se mueve este mundo (en el sentido joánico del término) no son precisamente los de la hermandad, el diálogo, la compasión, sino la imposición, la fuerza, la violencia. La cruz es una locura no sólo porque en ella podemos representar a los crucificados de la historia, sino porque en ésta se nos revela el Dios de Jesús, hecho carne en la humanidad de los hombres, con todo lo que esa paradoja implica: que lo Otro con mayúscula (el Innombrable, el Inefable) ahora pueda decirse en la apertura y entrega de este otro con minúscula, el judío marginal, el nazareno; que lo Absoluto abraza lo contingente; que el Omnipotente padece en la vulnerabilidad y entrega de la vida. La kénosis del Cristo, la víctima inocente por antonomasia, rompe toda lógica de dominio e imposición, pues su sola presencia irrumpe desde una perspectiva que solo desde la gracia, el regalo, el don, la gratuidad, puede ser experimentada, mostrada pero nunca demostrada.

Probablemente lo más valioso de esta experiencia, la del Crucificado – Resucitado, de esta locura como manía, es la posibilidad que abre para “romper” la cíclica violencia mimética, la necesidad constante de chivos expiatorios (R. Girard), pues los seguidores del Nazareno son las víctimas no resentidas de la historia que actúan bajo otra perspectiva: no se vengan de los asesinos del maestro, no sacralizan ningún deseo posesivo en clave de lucha contra los demás. En este sentido, para G. Vattimo, junto con otros filósofos, el cristianismo implica la desestructuración de todos los cultos arcaicos necesitados de “verdades inmutables”, de ciertas “estructuras ontológicas” que terminan encubriendo la necesidad de víctimas (del capitalismo, de la discriminación sexual y racial, de los desastres ecológicos…). He aquí la pertinencia de repensar a Occidente desde la revelación judeo-cristiana, pues éste ha sido construido desde la centralidad de las víctimas no resentidas, que a través de su praxis creen en el Crucificado – Resucitado, hacen patente la victoria del amor que obra la reconciliación.

Mtro. Luis Alfonso González Valencia, S.J.

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