Memoria y desaparición en Guanajuato

Memoria y desaparición en Guanajuato

Dr. Fabrizio Lorusso
Académico del Departamento de Ciencias Sociales y Humanidades

El 30 de agosto, Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada instituido por Naciones Unidas, se ha convertido en México en una de las fechas más significativas para quienes buscan a las personas desaparecidas, junto con el 10 de mayo, Día de la Madre en que se desarrolla la Marcha de la Dignidad Nacional. Ambos momentos constituyen recordatorios para toda la sociedad y las autoridades frente a una problemática que azota el país, pues ya son más de 110 mil las personas desaparecidas, no cesan los hallazgos terribles de fosas clandestinas y sitios de exterminio, así como la impunidad y la falta de verdad, justicia y reparación para las víctimas. A 10 años de la aprobación de la Ley General de Víctimas y a 6 años de la Ley General en Materia de Desaparición y Búsqueda, la deuda social de dolor e injusticia para con las personas que fueron desaparecidas es todavía muy alta y abierta. 

En Guanajuato la situación ha empeorado drásticamente en los últimos 5 años, de la mano de la descontrolada violencia homicida: en abril de 2018 había 621 personas desaparecidas según cifras oficiales, mientras que a la fecha ya son 3,800. Esto sin contar la cifra negra de centenares de estos delitos y violaciones graves a derechos humanos que no son denunciados, ya sea por miedo, por desconocimiento o, más bien, por la colusión de los ministerios públicos o las policías con los perpetradores. Al triste panorama forense de la entidad cabe agregar las más de 350 fosas y sitios, descubiertos en tan solo 3 años, en que fueron enterradas ilegalmente centenares de personas, así como los más de 1,600 cuerpos sin identificar como “tarea pendiente” de la fiscalía estatal. 

Ante este drama social de la desaparición y el menosprecio oficial al respecto, la respuesta ciudadana ha sido la unión, la organización y la búsqueda, especialmente la que realizan las brigadas independientes y los colectivos de familiares de personas desaparecidas, que en tres años pasaron de 2 a 20 en Guanajuato y son formados principalmente por mujeres. La exigencia individual de encontrar a un familiar ausente se ha transformado finalmente en el ejercicio de derechos y reivindicaciones colectivas ante las autoridades, gracias a la presión política y la labor humanitaria de pesquisa en campo por parte de las buscadoras y quienes las acompañan. En este sentido, como parte de su defensa de los derechos humanos, además de buscar, denunciar, marchar y acompañar a quienes apenas entran en el “mundo de la desaparición”, los colectivos fueron construyendo un nuevo sujeto político que visibiliza y sensibiliza sobre la desaparición, pero también sobre todas las problemáticas y desigualdades, de género, económicas, sociales, étnicas o territoriales, que se entrecruzan para perfilar a la población más vulnerable y sujeta a agravios históricos y actuales. Agravios que se han traducido también en amenazas y en asesinatos: han sido seis las personas buscadoras asesinadas en el estado desde 2020. 

En este contexto, el 30 de agosto ha representado en México y, más recientemente, en Guanajuato, una jornada de balance, de lucha, de formulación de demandas y de construcción de memoria, en la que las familias y colectivos se van reapropiando del espacio público, de las plazas, los templetes, las iglesias, los palacios y las calles para marchar, gritar, exigir, rezar, mostrar los rostros de sus desaparecidos y tratar de involucrar al “resto” de la sociedad, sumida en la indiferencia o el miedo. En la mayoría de los municipios, bajo impulso de los colectivos y organizaciones solidarias como las feministas, estudiantiles o de derechos humanos, se organizan marchas y misas para las y los ausentes, se pintan murales y se colocan placas, se muestran las imágenes y se proyectan documentales, se colocan árboles de la esperanza y la memoria en las plazas, se invita a la ciudadanía a solidarizar y, de esta forma, se van conformando un imaginario y una memoria colectiva que desafían un presente violento.   

Es justo ésta una de las funciones atribuibles a la memoria, pues es una construcción personal y también profundamente social, un juego irresuelto entre psique y entorno, y se deriva de reelaboraciones y resignificaciones del pasado, pero en función del presente y de cara al futuro. Puede ser anecdótica, “literal”, o sea formada por la reinterpretación de secuencias de recuerdos que no trascienden y por eventos aislados, considerados en su propia realidad particular. O bien, puede ser una memoria que el pensador búlgaro Tzvetan Todorov bautizó como “ejemplar”, ya que se relaciona con espacios y tiempos distintos, se entrelaza y no se aísla, se vuelve trascendente por ser normativa, hasta moral, y erigirse a manera de ejemplo y enseñanza para distintas situaciones y actores sociales, más allá incluso de las personas o de la comunidad que de inicio la había configurado o compartido.  

A través de acciones y narrativas, los grupos de buscadoras han ido reivindicando la memoria de sus seres queridos, primeramente, con el fin de dignificar a quienes todavía son buscadas y buscados y a quienes, en cambio, perdieron la vida, frente a la criminalización casi automática de las autoridades y buena parte de la sociedad, pero también han recurrido al trabajo de la memoria para narrarse a sí mismas, para dar sentido a los logros y los tropiezos de su caminar colectivo y para tejer historias divergentes respecto de las versiones oficiales y mediáticas. Asimismo, han ido sensibilizando a su entorno social, a las y los que creen que “nunca les va a pasar” y se sienten “a salvo”. Igualmente, la memoria es potente, presiona a las instituciones y empuja los cambios, se materializa en música y recetarios, consignas y platillos, mantas y espacios digitales, en el alma y la piel.  

“Ni todo el dolor puede paralizar la memoria construida al caminar”, rapea la artivista guatemalteca Rebeca Lane en la canción “Así te buscaré”, publicada justamente para el 30 de agosto de 2021, fruto de la colaboración de la misma Rebeca, el autor de este artículo y el colectivo leonés Buscadoras Guanajuato. Y es que el dolor común ha llevado a la búsqueda de vida y memoria, de verdad y de justicia, una vez que las víctimas se convirtieron en defensoras de los derechos y pudieron vencer, o al menos callar, el miedo y la indiferencia. 

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